Retrato de dos hermanas by Pedro García Montalvo

Retrato de dos hermanas by Pedro García Montalvo

autor:Pedro García Montalvo [García Montalvo, Pedro]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2004-09-11T00:00:00+00:00


* * *

Al día siguiente, Consuelo se levanta y se ducha. Tiene que preparar a lo largo de la mañana unas carpetas para el primer cursillo de su futuro trabajo, y tiene un poco de resaca de la noche anterior. Su primer pensamiento ha sido llamar a su madre, porque ha tenido la impresión de que debió hablar con ella en la cena, haciendo un aparte, para tranquilizarla sobre sus asuntos y los de Sandra; considera que ella es la persona que más necesidad tenía de esa explicación. «El caso es que lo pensé —⁠se dice Consuelo⁠—, y quizás no encontré el momento. O quizás no sabía cómo hablarle de todo esto». Pero el teléfono no funciona; hay unos operarios arreglando las líneas con una escalera de mano, en su misma calle, algo más abajo, entre las acacias. Consuelo deja la llamada para más tarde y, después de desayunar en la cocina, vuelve al cuarto de baño, a poner unas toallas. Pero su hija Marta se le ha adelantado, y ahora es ella la que se está duchando. La chica ha dejado entreabierta la puerta, como suele hacer a menudo, desde que su hermano se fue a Irlanda: delante de su madre no tiene el más mínimo pudor, y, en todo caso, no se ha dado cuenta de su presencia. Consuelo se espera un momento, y, enseguida, por el resquicio de la puerta, la ve salir de la ducha, pisando el suelo mojado, desnuda, con su culo respingón, la ve coger una toalla y secarse, con los ojos cerrados. El sol del amanecer, que hoy ha salido en un cielo azul, sin una nube, entra por el tragaluz vidriado, e ilumina el cuerpo joven y feliz de la muchacha, sus cabellos rizados. Y su madre se apoya en la puerta, sin poder evitar una sonrisa, una sonrisa que le viene sobre todo por orgullo maternal, pero también por una pura y simple alegría carnal, por una simpatía con esa juventud radiante e inconsciente, acariciada por la luz del sol. De pronto, Marta piensa en algo agradable, y se le nota en la cara que se ha puesto contenta. Levanta el rostro, y deja que la clara luminosidad del día la ciegue a través del cristal esmerilado, mientras sigue secándose, entre los olores mezclados del jabón y del agua cálida. Consuelo no llama todavía a su hija, que se seca sus largas y bonitas piernas —⁠que son una obvia herencia materna⁠—, poniendo un pie sobre el borde del baño. Su madre se queda mirándola, feliz. Pero enseguida se oye la puerta de la casa, y entra Dorotea, la asistenta, que saluda desde la entrada como todas las mañanas: «Buenos días». Consuelo contesta a su saludo. Marta vuelve la cabeza, y se ríe:

—Mamá, ¿qué haces ahí?

Su madre se ríe también. Entra en el cuarto de baño, y fricciona los brazos de su hija. La besa en la mejilla, y el aroma lleno de juventud y de vida de su piel le aumenta a Consuelo esa felicidad simple, muy elemental y física.



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